La pandemia de la soledad
El ser humano puede sobrevivir tres minutos sin aire, tres días sin agua, tres semanas sin comida y, según la sabiduría popular, tres meses sin compañía.
Esta última afirmación puede resultar un tanto exagerada, pero lo que sí es cierto es que, aunque parece ser que estamos superando o, mejor dicho, aprendiendo a convivir con el virus del COVID-19, la pandemia que éste generó ha dado paso a una incluso peor; la Pandemia de la soledad, pues si antes de surgir el COVID-19 la soledad ya era un problema social en muchos países, el distanciamiento social en el que nos vimos inmersos durante tantos meses lo agravó aún más.
Tanto es así que algunos investigadores han comenzado a descubrir señales en el cerebro que colocan la necesidad de interacción social en el mismo nivel que la necesidad de comer. En un estudio publicado en noviembre de 2020, los científicos privaron a los participantes del contacto con otras personas para luego realizar una resonancia de sus cerebros. Descubrieron que, al cabo de solo diez horas de aislamiento en un laboratorio (donde podían leer o dibujar, pero no tenían acceso a teléfonos u ordenadores) las personas reportaron sentirse solas y deseaban interacción social. De hecho, cuando a los mismos participantes se les mostraron fotografías de personas divirtiéndose con distintas actividades sociales, las resonancias mostraron una activación del mesencéfalo idéntica a la de otras personas que vieron fotografías de comida después de diez horas de ayuno.
Y es que la soledad no elegida, que no hay que confundirla con el deseo de pasar tiempo solos de manera voluntaria, puede llegar a matar pues, según Livia Tomova, neurocientífica cognitiva de la Universidad de Cambridge, la interacción social no solo es algo divertido o reconfortante, sino que es algo que necesitamos para funcionar y sin esa conexión social, con frecuencia las personas se deprimen, lo que alimenta aún más los sentimientos de soledad. Por añadidura, la soledad crónica está relacionada con mayores índices de enfermedades cardiacas, alzhéimer, suicidio e incluso la muerte.
No en vano, tanto en el Reino Unido, con 9 millones de personas, jóvenes y ancianos, viviendo solas, y en Japón, en donde para 2040 se calcula que el 40% de su población vivirá sola, se han creado Ministerios de la Soledad para intentar resolver este grave problema que es ya una evidencia en estos y otros países altamente desarrollados.
Son ya muchos científicos los que concluyen que, para reducir este sentimiento de soledad, es necesario incrementar nuestro contacto social, pero no el contacto con desconocidos, sino las relaciones que son realmente importantes y positivas para nosotros pues, según Bert Uchino, profesor de Psicología de la Universidad de Utah en Salt Lake City, las relaciones de calidad son las que harán que las personas superen la soledad.
Por otro lado, existen estudios que demuestran que el aumento del uso de las Redes Sociales no solo no nos ayuda a sentirnos mejor, sino todo lo contrario, provocando un efecto inverso al deseado. De hecho, según la Oficina de Estadística Nacional del Reino Unido, los jóvenes de entre 16 a 24 años indicaron sentirse más solos que los jubilados entre 65-74 años. Y es que la tecnología, como Internet o las Redes Sociales, se considera una fuente de aislamiento y de estrés al compararnos inconscientemente con personas con atributos deseados de los que carecemos lo que, a menudo, sobretodo entre los más jóvenes, conlleva enfermedades de desórdenes alimenticios y de otro tipo.
La pasada pandemia nos ha dejado muchas cicatrices, pero también aprendizajes para evitar caer en una pandemia de soledad que se vislumbra casi inevitable. Uno de estos aprendizajes es que necesitamos fomentar el contacto con nuestros seres queridos para sentirnos bien y, a su vez, hacer sentirse bien a los demás porque, como dijo el gran, ya fallecido, Gabo (Gabriel García Márquez):
«No hay medicina que cure, lo que no cura la felicidad.»
ESCRITO POR ALCANDA MATCHMAKING PARA LEER Y COMPARTIR
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