Dalí + Gala

14 febrero, 2020

Dalí y Gala para Alcanda Matchmaking Blog

Un amor excéntrico

El amor entre Salvador Dalí y Gala podría encuadrarse entre las grandes pasiones de la humanidad, basado en el arte más que en el amor. Gala no sólo enamoró al joven pintor, sino que inspiró gran parte de su obra.

Elena Ivanovna Diakonova, Gala más conocida mundialmente, nació en Kazán (Rusia) en septiembre de 1894 en una familia de intelectuales. Tenía 19 años cuando fue ingresada en un hospital en Suiza debido a  que contrajo la tuberculosis. Por aquella época, conoció a su primer marido Paul Éluard  con el que tuvo una hija, Cécile.

Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech, Dalí, nació en mayo de 1904 en Figueras (Gerona) en el seno de una familia de clase media y conservadora. El hermano mayor de Dalí había muerto de un «catarro gastroenterítico infeccioso» unos nueve meses antes. Esto marcó mucho al artista quien llegó a tener una crisis de personalidad, al creer que él era la copia de su hermano muerto.

Gala, casada con el poeta surrealista francés Paul Éluard pasó junto unos amigos las vacaciones de verano de  1929 en Cadaqués donde conoció a Dalí, su excéntrico amor. Él, inmediatamente se sintió atraído por la fuerte personalidad de ella y ella,  a su vez, sentía una cierta curiosidad por el pintor antes de llegar a Cadaqués. Pronto comenzaron a coquetear y Gala, según amigos de Dalí, cambió al pintor de un día para otro. La fascinación que el artista sintió por la que llegaría a ser su musa, se vería reflejada en casi toda su obra.

A finales de septiembre del mismo año, Gala volvió a París para reunirse con su marido, llevándose con ella varios cuadros de su amigo Salvador, este se reuniría con ella más tarde en la ciudad de la luz, ya que viajaría con motivo del estreno de la película de su amigo Luis Buñuel “EL perro andaluz”. De allí salieron ambos de vuelta a España, en lo que se denominó como “un viaje de amor”.

Gala vio en Dalí a un ser llamado para el éxito y se unió a él: lo sedujo y lo cautivó. Se casaron en 1934 en una ceremonia civil, y volverían a hacerlo por el rito católico en 1958.

El amor que ambos vivieron constituía un escándalo para la familia y el entorno de  él, puesto que a ella la consideraban desvergonzada y con malos modales. Tanto es así, que la relación que Salvador tenía con su padre se rompió llegando, este último, a excluirle de su testamento.

Dalí sintió siempre una veneración especial hacia Gala. Le atraía algo más que el físico y los ojos de la rusa. Era, como él mismo la define, «la otra parte de sí mismo», su alma gemela, su parte femenina, su gran y único amor, aunque siempre se ha dicho que el auténtico gran amor de Dalí fue García Lorca pero su indefinición y miedo al sexo hicieron que nunca llegara a aceptar al poeta.

En 1960, Dalí acomete el encargo de ilustrar una edición de «La Divina comedia» impulsada por el gobierno italiano y contó en una entrevista como la Beatriz de Dante tuvo su equivalente en Gala. Lo que nos introduce en el tema del amor mágico que mantuvo unida a la pareja y que estuvo en el origen de buena parte del impulso creativo del pintor.

«Yo, yo, yo y siempre yo».

 

 

Dalí se definía como un ser egoísta, su lema era simple «dar poco, recibir mucho». En el libro «Dalí al Desnudo» escrito por Manuel del Arco a principios de la década de los 50, comenta que su ego era desmesurado. Él mismo se calificaba de «divino» y si  en algún momento el pintor olvidaba auto divinizarse, allí estaba Gala para recordárselo. A finales de los años cuarenta un periodista preguntó a Dalí quien era el mejor pintor vivo; citó primero a Picasso y luego a Giorgio de Chirico. Gala le rectificó: «Él es el primerísimo, el más grande de todos». Dalí rectifico: «Estoy de acuerdo».

No era menos desmesurado el amor que sentía hacia Gala. Dalí trabaja para ella, pintaba, ante todo y sobre todo, para ella y por ella. Su amor era tan exagerado y  extremista que a partir de 1929, Gala está reproducida en las  telas de  todas sus etapas.

“Toda mi pasión está en el amor que siento por Gala y no tengo sitio para más”

decía en 1977, en una entrevista para RTVE, para explicar por qué no tenía amigos.

Dalí tenía un obstáculo para vivir una unión carnal que le llevara al orgasmo; tenía horror al contacto sexual,  así los amantes experimentaron un estado incondicionado, una ruptura con la conciencia ordinaria que pudo favorecer o facilitar experiencias de trascendencia.

No había nada en las infidelidades de Gala que Dalí desconociera o que le interesara lo más mínimo; según él las infidelidades de su único  amor eran cometidas por la «Gala-persona», no por la «Gala-ideal».

El amor de la pareja era diferente ya que Gala se limitaba a ser la madre espiritual del pintor, la  musa, la administradora de su talento, deseaba vivir a la sombra de un genio, sabiendo que buena parte de su genialidad se la debía a ella. Ambos, se compenetraron hasta que el encanto se deshizo.

Después de medio siglo, Gala y Dalí permanecieron juntos, ella jamás le había sido fiel del todo, pero nunca terminó por abandonarlo completamente en beneficio de cualquiera de sus amantes. Sorprendentemente, lo que primero se deterioró de su amor no fue tanto su físico, sino sus relaciones viviendo situaciones difícilmente digeribles y terminando en  varias ocasiones con agresiones físicas.

Es significativo que estallaran los problemas de convivencia en los últimos años de matrimonio. A esas alturas ninguno de los dos debía llamarse a engaño: se conocían lo suficiente como para saber cuáles eran sus méritos y  sus carencias y en qué se basaba su extraño amor.

La salud de Gala se fue quebrantando hasta que falleció durante la noche el 26 de mayo de 1982.  Su muerte sumió a Dalí en una profunda depresión: se encerró en el castillo hasta que, en 1984, un incendio le provocó graves heridas y le obligó a cambiar su residencia, a partir de entonces en la Torre Galatea del museo de Figueras. Ingresó con síntomas severos de desnutrición. Porque sin Gala, sin su musa, sin su amor, Dalí se abandonó, no quería ni comer ni beber. Los pocos cuadros que salieron de sus pinceles tras la desaparición de Gala, eran fundamentalmente obras desgarradas.

El 23 de enero de 1989, oyendo su disco favorito —Tristán e Isolda, de Richard Wagner— Salvador Dalí murió a causa de una parada cardiorrespiratoria en Figueras, con 84 años. En su testamento, el controvertido artista legaba gran parte de su patrimonio al Estado español, provocando de ese modo, incluso después de su muerte,  nuevas y enconadas polémicas.

Dalí inmortalizó a Gala en muchas de sus obras de arte y, de una manera poco usual, la amó profundamente. Gala, también a su manera, sintió el mismo amor por él. Quizás resulte difícil comprender el tipo de amos que ambos vivieron pero, sin duda alguna, su largo romance ha pasado a la historia como el de dos almas gemelas que más que amor carnal, se profesaban un amor ideal.

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