Cuerpos desnudos y ojos cerrados
La contemplaba acodado sobre la almohada. Distraído, recreando la mirada en la sensualidad de sus imperfectas formas navegando las sabanas. Escuchando su placidez a ojos cerrados, con el pelo rubio revuelto y una mano levemente alzada sobre su oreja dejando ver los pechos y la piel blanca como la nieve.
Seguro que no era mi tipo de mujer, seguro que no la hubiera tenido en mis sueños de adolescente, no es la imagen que se presentaba en mi cabeza al cerrar los ojos, caderas anchas, nalgas generosas, piernas duras y abdomen blando, cuando me encerraba en el baño para masturbarme.
Sin embargo ahí estaba, a menos de cinco centímetros de mi cuerpo y provocando todavía en mí cierta excitación al recordar el suave balanceo de su cintura al ritmo de la música, tan sensual en la distancia, al otro lado de la barra, completamente distraída y ajena a mi mirada.
Labios finos, el último reducto que enjaula un torrente de sabias palabras ahora ligeramente entre abiertos para que la tranquilidad se desplace por ellos. Unos minutos antes se tiraban contra mi boca, ávidos, atrevidos, sinceros y entregados. Buscaban mi pecho y se divertían erizando mis pezones. Su cabeza poco por encima de ellos.
¿Qué hacía yo con una mujer así, tan alejada de los cánones de la belleza en mi cabeza?
Y sin embargo tan mágica y magnética.
En contra de la opinión del círculo de supuestos amigos, me acerqué a ella, atraído como por una fuerza telúrica bajo mis pies. Pecas, voz grave, copa en la mano, vestido de flores y sandalias, una chaqueta vaquera y sin maquillar. ¡INCREIBLE! Cualquiera que me viera.
-¿Has tardado mucho en venir, no? Me estaba empezando a plantear ir yo a ti, más que nada para ahorrarte un problema de vista a futuro. -Maroon 5 sonando de fondo, y esa mujer que en cualquier otro momento no hubiera obtenido mas que mi desdén, me miraba ahora a los ojos, resuelta, desde su atril de pupilas verdes- Al menos, me vas a decir tu nombre, ¿verdad?- me mata esta tía, de verdad, pensé-.
Ahora, mientras la miro y retiro la sabana un poco hacía atrás de forma delicada, para contemplar su cuerpo rechoncho, tenso los músculos de mis piernas y paso la mano izquierda por la suya. Suave, esa suave piel de naranja que se aferraba fuerte a mis caderas agitándose en movimientos ascendentes y descendentes, circulares y cadenciosos, sudando, agitada, mientras sus manos se apagaban alternativamente en mi vientre y se recogía el pelo con las manos al compás de unos más que desinhibidos jadeos, contrastando con mi capacidad para levar al orgasmo a un acto silente y contenido.
Puso sus dedos en mis labios, en el interior de mi boca, jugando con mi lengua, pidiendo que abandonara ese lugar de encierro voluntario y absurdo en el que me había instalado de manera absurda. Ese afán por conferir a un acto tan íntimo, el estatus de ejercicio físico impersonal coronado por la explosión de fluidos propia de algo insulso y sin sentido.
-Dímelo, háblame, saca lo que tienes dentro y deja de guardarlo ahí. Fluye conmigo.-Me ordenó de una manera dulce, acercando su boca a mis labios, cogiendo mi cara con sus manos, susurrando despacio con su aliento cálido cada una de las palabras como en una canción, segura de sí misma, resuelta y decidida como jamás me habían hablado antes. Y la besé, al tiempo que aceleraba su movimiento de nuevo sobre mí, y sonreía. Y yo con ella, incentivando que mis manos se agarraran con fuerza a esas nalgas poderosas que ahora me guiaban al éxtasis.
Al instante, me descubrí jadeando, apretándome contra su carne blanda y caliente, su sudor y mi sudor. Dos cuerpos transpirando sexo en una habitación de hotel, desconocida que había pasado a ser el mejor de los rincones del plantea.
No es una historia de exageraciones. No es una historia de eyaculaciones imposibles y posiciones propias de contorsionistas, de excesos musculares inapropiados. Es una historia de verdad, una en la que dos cuerpos se encuentran más allá de clichés y de etiquetas. Mas allá de cánones absurdos y prejuicios estúpidos, y más allá de lo que cada uno de los dos, seguramente, esperábamos. Porque no esperábamos nada.
Gira sus caderas ahora en mi dirección. Su cara queda frente a mi cara, y su pubis, de suave y ralo vello bien cuidado, al alcance de mi mano invitando a ser acariciado de nuevo. Y, solícito, así lo hago.
Sus ojos se abren al momento. Sonríe. El mundo se despliega de colores con esa sonrisa. Sonrío.
Su mano derecha acaricia el mentón coronado de incipiente barba hirsuta.
– ¿Te quedaste con ganas de más? – pregunta con sorna.
-¿Yo? Siempre -contesto descuidado, y con intención.
Me besa y anuda su mano derecha apartando la mía de su pubis.
-Seguro que sí, pero tendremos más días ¿no?. No lo vamos a estropear ahora, con lo que bien que nos ha quedado para no conocernos de nada. ¿Verdad?
-Cierto.
He atraído su cuerpo menudo contra mí. Hemos subido la sabana hasta los hombros y acurrucados en una sonrisa hemos decidido en ese momento, que lo mejor estaba aun por llegar, mientras cerrábamos, plácidos y satisfechos, los ojos.
Autor invitado: José Carlos Sánchez Montero
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